¡En el día de ocho de junio de 2019, tuve una aventura espectacular! Me aventuré a un nuevo y emocionante lugar en Guanajuato, México por primera vez. Era un edificio grande y antiguo. Me paré en los escalones delanteros, esperando con entusiasmo a mis amigos antes de entrar, admirando la entrada del gran arco que tenía delante. A la luz cálida y soleada de la tarde, observé esta imagen e imaginé que la antigua piedra rosa era hoy tan hermosa como cuando se construyó en 1910. Una vez que estuvimos juntos, seguimos el aroma de las gorditas chisporroteando en el lugar que se llama Mercado Hidalgo.
Inmediatamente, fui envuelta en mis alrededores. Muchas personas de muchas ciudades, locales y visitantes llenaron la enorme sala. Los niños, con manchas de pasto en sus rodillas y migas de galletas en sus caras, corrieron a lado de mi, sus juguetes ondeando en el aire. Había una mujer vendiendo globos grandes, brillantes, y en todos los colores del arcoíris. A mi derecha, un abuelo escogía juguetes para su nieto, quien sonreí con alegría cuando él recibió su pelota nueva.
En todos partes, la gente encontraba sus ingredientes para la cena y compraba sus comestibles para la semana. Pan dulce, llamado concha, fue apilado en bandejas, cerca de galletas y pequeños pasteles de fruta. Mis ojos seguían el gran cuchillo en la mano de un hombre, mientras él cortaba un trozo de carne para una mujer que comprobaba la carne de su lista de la compra.
Para mi sorpresa, escuché el canto de los pájaros. Rápidamente seguí el sonido a las jaulas de hermosos pajaritos que podían comprarse como mascotas, y tuve la tentación de comprar uno amarillo brillante que cantaba tan bien. Alrededor de los carritos, había grandes sacos reventando de chiles secos. Los estudié de cerca, inspeccionando sus colores de rojo intenso y púrpura oscuro, pero no los toqué porque ya podía oler que eran picantes.
Pasé de carrito en carrito, mis ojos destellaron en cada momento que veía cosas nuevas. Más a dentro del mercado, me detuve abruptamente el momento que vi la montaña de las frutas. Miré como las personas buscaron a través el gran montón de fruta. Había manzanas, fresas, plátanos, mangos, y muchos otros tipos que nunca había oído, como la guayaba. Mi amigo, que es de México, compró una para mí. La guayaba era una pelota de jugo dulce y un poco agrio, y muchas pequeñas semillas, envuelto en una piel verde claro. Me gustaron tanto que compré algunos para llevar a casa.
La música latina salía del teléfono de un niño, mientras él ayudaba a su madre a elegir el pan para la semana, y ponía un postre extra en la canasta. Piñatas en las formas de estrellas, piñas, jirafas, y otros animales se balancearon de las cuerdas donde estaban suspendidos, atrayendo los ojos de muchas personas. Una pequeña niña se tomo de las manos con su hermano mayor, mientras él charlaba con un vendedor antes de comprar jugo fresco de naranja.
Mientras absorbía la atmosfera del mercado, me sentí agradecida por la oportunidad a estar en un lugar tan hermoso, lleno de vida y cultura. Después de haber visto todo, me senté en los escalones mientras un dosel de los papeles picados bailaba en el viento que llevaba el sonido de "sí, por favor," y "hasta luego," encima de el colorido mercado.